Devastador. No hay manera de resumir en palabras los sentimientos de la tarde sabatina de este sábado 28 de junio de 2014. Veo muchos ojos llorosos, en la calle, incredulidad y dolores de cabeza derivados del stress sin igual que nos dejó una jornada donde esperábamos hacer historia o mejor dicho, cambiar su ritmo desfavorable.
Eso porque la historia se hace independiente de los hechos, pero serán las ingratas estadísticas y vitrinas de los palmares las que no harán justicia al esfuerzo de este grupo de chilenos, los mismos que no dudaron en ir a abrazar a Gonzalo Jara tras fallar el penal decisivo que selló la clasificación brasileña.
No se sabrá si fue por los prejuicios de los jugadores nacionales pero el arbitraje hoy no influyó, y en ese escenario de emparejamiento Chile fue más, jugó de modo inteligente quizás sin opacar pero si controlando a un Brasil que aún en su casa rezó a todos sus santos para salir del trance al cual la Roja supo llevarlo.
El tirazo de Aránguiz que salvó Julio César, el palo de Pinilla en el minuto 120 del alargue, en el mismo arco donde Jara estrelló el penal fatídico. Todo quedará en la anécdota. «Los triunfos morales no existen» dice Sampaoli, mientras muchos hablan de lograr cosas a futuro pero lo cierto es que esta generación llegó a su punto más alto. Por edad, por falta de recambio y por poca certidumbre sobre el futuro del staff técnico.
Las Copas Américas del 2015 y 2017 quedarán como instancias de consuelo para un grupo de jugadores donde se extraña que no hayan podido levantar ni siquiera un premio por tanto sudor y sangre derramado en cancha. Pero el fútbol es así, nunca ha sido justo, nos jode, nos hace llorar, de alegría o profunda tristeza y hace rato que en ese orden nos hace falta una carcajada.
Esperar que el boca a boca generacional cuente la leyenda de estos muchachos que se echaron todos los prejuicios históricos al hombro y estuvieron a centímetros de la gloria, de la que vale, de la incuestionable, de esa que una vez obtenida nadie te la quita.
Centímetros que no importan pero que hoy determinaron al ganador y al vencido. Todos están agradecidos y no es para menos. Vimos entrega, más allá de lo imaginable, rigor, profesionalismo y lágrimas de hombres ante la ausencia de recompensa por todo el despliegue realizado.
Vaya el tributo para los gladiadores del Mineirao y larga vida a su leyenda.
Sólo han pasado minutos desde que terminó el partido contra Brasil y nuestra participación en la Copa del Mundo. Las sensaciones y emociones que tengo son muchas. Predomina la tristeza, porque queríamos ganar. Estuvimos tan cerca, pero por otro lado siento algo tremendo, que me pone la piel de gallina. Siento orgullo de nuestro equipo y nuestra camiseta.
Doy fe que hemos luchado, doy fe que hemos trabajado duro y con el alma. Les garantizo que hemos dejado todo para darle un Mundial único a Chile. La intimidad de este equipo es algo que necesito recalcar. Es un grupo de sacrificio, de trabajo y profesionalismo.
Este grupo es humilde pero con convicción. Sabe que todo es posible, que no hay límites pero que hay que dejarlo todo en la cancha. Hoy, en el partido contra Brasil, demostramos una cosa aplicable a todos: nosotros somos un grupo de chilenos que lo podemos todo. Necesitamos estar convencidos de que podemos, que jugamos sin complejos, con una idea clara, con mucho trabajo y, por sobre todo, con humildad y sacrificio.
Nos sentimos orgullosos de nuestro equipo, nadie dejó de correr, todos ayudamos al compañero. Trabajemos duro, hagamos las cosas convencidos y llegarán los éxitos, porque nadie me saca de la cabeza que con trabajo y orgullo de ser chilenos, ninguna Copa del Mundo nos queda grande.
Claudio Bravo.